En vez de elaborar una lista de objetivos para el nuevo año, resulta más práctico aclarar qué es prioritario en nuestra vida.
Para muchas personas, los últimos días de diciembre son un excitante puente entre lo viejo y lo nuevo. Mientras examinan lo que ha dado de sí el año, programan el siguiente con un optimismo en sus propósitos que puede convertirse en un “bluf” poco después de cruzar el puente. No obstante, si empezamos a comprender por qué las buenas intenciones se van al traste, podremos aumentar significativamente nuestro nivel de éxitos. Si queremos progresar en la ciencia de los propósitos, debemos identificar los factores que contribuyen a su fracaso. Estas son algunas de las trampas más comunes.
Exceso de objetivos. Como en la fábula del cazador, quien apunta a dos patos no caza ninguno. Y no digamos ya cuando se trata de fulminar 10 objetivos de una lista. Fijarnos demasiadas metas a la vez es una garantía de fracaso. Los objetivos deberían afrontarse uno tras otro para no disipar las fuerzas.
Posponer el inicio. De nada sirven las buenas intenciones cuando no hay un punto de partida claro e inamovible. Si te has prometido acudir al gimnasio nada más terminar las fiestas y empiezas a aplazar el inicio, cada vez te resultará más difícil hacerlo.
Vivir “en urgencias”. El autor y conferenciante Stephen Covey decía que “lo urgente” es importante para otra persona, pero no para ti. Si corres de urgencia en urgencia, no te ocuparás de lo fundamental, categoría a la que pertenecen tus propósitos personales.
Falta de constancia. Cuando lo que te has propuesto supone un cambio de vida, empezar no es tan difícil como mantenerse. Hacer excepciones pondrá en peligro todo el plan. Estudios recientes señalan que son necesarios 66 días de media para considerar que un hábito está totalmente integrado.
Olvidar la recompensa. El resultado que buscas y la satisfacción de haberlo logrado es lo que mantiene a la mente motivada para seguir en el camino. Si perdemos de vista por qué lo estamos haciendo y cuál será el premio, las inercias del día a día erosionarán nuestra voluntad.
Además de evitar estas trampas, para aumentar las posibilidades de éxito es determinante la importancia que tiene para cada persona lo que se propone. Quien intenta dejar de fumar por consejo o presión de terceros tiene menos probabilidades de lograrlo que si ha tomado la decisión por sí mismo. Por eso, antes de fijarnos un propósito debemos preguntarnos si nos resuena como algo fundamental y necesario. ¿Cumplir esa meta va a marcar un antes y después en mi vida?
Además de los propósitos prácticos —cosas que cambiar en el día a día como acudir al gimnasio—, existen otros que implican un cambio dentro de uno mismo, cuyo premio es también de mayor calado.
Encontramos un ejemplo célebre de estos propósitos en Benjamin Franklin, inventor y uno de los padres fundadores de Estados Unidos. Decimoquinto de 17 hermanos, la sufrida economía familiar solo le permitió estudiar hasta los 10 años, ya que tuvo que ponerse a trabajar en una fábrica inmediatamente después. Al cumplir los 20, Franklin se marcó un objetivo que no podía ser más ambicioso: hacer todo lo posible para perfeccionarse a sí mismo. Y creó su propio método para conseguirlo. Tras la lectura de biografías de personalidades a las que admiraba, hizo una lista de 13 virtudes que él quería emular, entre las que estaban la templanza, la determinación o la tranquilidad de espíritu. Decidió dedicar una semana a la práctica de cada una de ellas. Al concluir cada día, marcaba si había logrado avances en ese propósito. Si al fin de cada semana había siete cruces, pasaba al siguiente objetivo.
Como decía el propio Franklin, “la felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días”. Esta es una clave esencial para que los propósitos de fin de año no caigan en saco roto: en lugar de trazarnos múltiples metas a meses vista, fijarnos un pequeño objetivo —solo uno— para cada día y felicitarnos al fin de la jornada si lo hemos cumplido.
El efecto Zeigarnik
En su nuevo libro, Time Mindfulness, que verá la luz en breve, la economista Cristina Benito habla de este efecto, definido así por una psicóloga rusa en la década de 1930: “Las tareas incompletas permanecerán en tu mente hasta que las termines, ocupando espacio y robándote tiempo y energía”.
— Curiosamente, llegó a esta conclusión analizando la memoria de un grupo de camareros durante el servicio. Se comprobó que recordaban mucho mejor los pedidos pendientes o aún no cobrados que los que acababan de servir. La conclusión del estudio fue que los procesos pendientes de terminar dejan más huella en la memoria.
— Benito señala que las series de televisión enganchan justamente por esto, porque la memoria mantiene muy vivo aquello que debe terminarse.
— El problema viene cuando el “siguiente episodio” no llega nunca, en el caso de los propósitos no cumplidos, ocupando un espacio que no sirve para nada.