Con la desescalada vuelven poco a poco los encuentros sociales, pero ¿cómo nos saludaremos? Una mirada con afecto, una gran sonrisa o unas palabras cálidas tendrán que sustituir, por ahora, a los besos y abrazos.
Con las distintas fases de la desescalada nos estamos acostumbrando a una nueva e insólita forma de relacionarnos. Superados los dos meses de encierro, los amigos y familiares vuelven a encontrarse, pero manteniendo la distancia social. Acostumbrados a abrazarnos y besarnos o, en relaciones más formales, a darnos la mano, resulta como mínimo chocante hablar como si hubiera un abismo de por medio. Esto es así, en especial, en la cultura mediterránea, donde se prodiga más el contacto físico que en los países del norte.
Antes de la pandemia, en Alemania era poco común que los amigos se besaran en las mejillas, aunque sí estaba muy establecido el abrazo. En Estados Unidos, este gesto de vinculación puede ser más importante incluso que el beso. De hecho, la psicoterapeuta familiar Virginia Satir llegó a afirmar que se necesitan “cuatro abrazos al día para sobrevivir, ocho abrazos para mantenernos y doce abrazos para crecer”. Esta contabilidad del afecto no tiene base científica, pero numerosos estudios han demostrado que el abrazo y otras muestras de cariño reducen los niveles de cortisol, la hormona del estrés, ya que nos procura una sensación de pertenencia y seguridad. Esta certeza hizo que en 2004 arrancara el movimiento internacional Abrazos Gratis, iniciado por un joven australiano que, mientras pasaba por una época de soledad, recibió el abrazo de una desconocida y sintió cómo su cuerpo y su estado de ánimo se cargaban de energía.
Actualmente, abrazar a extraños sería casi un delito de salud pública. Pero tras el largo encierro, necesitamos sentir que volvemos a la vida. La cuestión es: ¿de qué manera y con qué espíritu?
Pasear junto a un amigo, tratando de guardar la distancia, saludarnos con el pie o lanzar un beso soplando la palma de la mano son formas sustitutorias de expresar afecto, pero ¿pueden suplir el verdadero contacto?
Según el psiquiatra estadounidense Charles B. Nemeroff, hay una relación directa entre el contacto físico y nuestro nivel de estrés. Afirma que las personas sometidas a una situación de angustia y alta presión, como está siendo esta pandemia, pueden manejar mejor la ansiedad si se sienten acompañadas. Tomando todas las precauciones, eso significa que salir de casa para hacer vida social, aunque sea con restricciones, puede ser un bálsamo y un seguro de salud mental. Veamos cuatro ideas sencillas para que la distancia social no se convierta en frialdad emocional:
Compensar el contacto sin tacto por otros medios. Dado que no podemos transmitir nuestro afecto a través de la piel, podemos potenciar otras formas de expresarlo: a través de más calidez e intimidad de las palabras o incluso con el lenguaje no verbal del cuerpo.
Mirarnos y sonreírnos más. En muchas culturas, la mirada directa resulta incómoda, y las personas tienden a charlar sin contacto visual. Eso es especialmente así en Japón, donde es raro que los pasajeros de un vagón de metro crucen sus miradas. La distancia social hace ahora más importante mirarse, sin caer tampoco en el exceso. Una mirada breve y amistosa, acompañada de una sonrisa, puede sustituir a un abrazo.
Volver a escribir cartas. Y no hablamos de misivas de papel, sino de volver al viejo hábito de poner el corazón sobre una hoja, aunque sea en un correo electrónico o un documento de Word. Podemos plasmar nuestra añoranza en escritos que vayan más allá de lo informativo y que sean un ejercicio de intimidad. Este retiro forzoso nos ha servido para conocernos mejor y replantearnos nuestras prioridades. ¿Por qué no ponerlo en común con las personas que más queremos?
Compartir planes futuros. Aún no podemos volar a otros países ni hacer muchas actividades que antes nos aportaban motivación, pero tenemos derecho a soñar y hacer planes en compañía como remedio contra el desánimo. Mientras recuperamos poco a poco nuestra libertad, permitámonos pensar en qué la emplearemos cuando la tengamos por entero.
La teoría de la resiliencia
— El neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik es autor de Los patitos feos, un ensayo que explica el concepto de resiliencia. Huérfano él mismo, en sus investigaciones se interesó por lo que sucedía con los niños que habían crecido sin ser besados ni abrazados. Habla de la depresión precoz del lactante: “En el bebé abandonado, inmóvil, paralizado, sin mímicas faciales, con la mirada perdida, insomne e inapetente, podemos apreciar la aparición de una pequeña lentitud de respuesta, el atisbo de un repliegue sobre sí mismo”. La teoría de la resiliencia, sin embargo, sostiene que estas consecuencias de la falta de afecto son reversibles. “Ninguna herida es un destino”, dice, ya que todo ser humano puede volver a empezar.