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Retorno a la aldea de los centenarios

Buenos días,

He estado tentado de titular la noticia de este lunes EL PARAÍSO ES UN CAFÉ JAPONÉS porque eso es lo que siento cada vez que estoy en este país y me escondo unas cuantas horas en uno de estos locales con música de jazz y gente del barrio leyendo libros o revistas.

Ahora mismo aquí son las 11:15 de la mañana y hago tiempo en este lugar apartado del centro de Naha, mientras espero la hora de tomar el monorraíl que me llevará al aeropuerto, donde iniciaré una odisea de más de 20 horas de vuelta a Barcelona.

Pero este post no está dedicado a los cafés japoneses, sino a nuestro regreso a la aldea de los centenarios, cuyo estudio inspiró IKIGAI, cinco años después.

El pasado sábado, a primera hora de la mañana, salimos de Naha en una furgoneta con seis personas para rodar parte de un documental de National Geographic. Además de Héctor y un servidor, en el equipo había la directora del documental (Graziella Almendral), un cámara venido de Madrid, un sonidista neozelandés que reside en Tokio y un fotógrafo y “fixer” norteamericano que reside en Okinawa desde hace quince años.

Para los que no estéis familiarizados con la producción audiovisual, el “fixer” es la persona encargada de fijar los encuentros, entrevistas y localizaciones sobre el terreno. Y puedo dar fe que, en esta aventura, su tarea empezó muy cuesta arriba.

En algún lugar leí que los antropólogos no pueden evitar alterar con su presencia la población que estudian, y en este caso nos dimos cuenta del resultado de nuestro trabajo de campo nada más llegar.

Por aquel 2015, Ōgimi era un pueblo de 2800 habitantes que ostentaba el récord Guiness de longevidad, pero eso era algo que casi nadie sabía. La vida en esta aldea agrícola transcurría tranquila y alejada de los curiosos. Prueba de ello era que ni siquiera había un lugar donde alojarse.

Casi cinco años más tarde, tras traducirse Ikigai a 56 idiomas, una lenta y constante marea de visitantes ha ido llegando a esta población.

Un hombre de pelo cano acude a nuestro encuentro con la edición inglesa en la mano, regalada por unos viajeros de Singapur que se acaban de alojar en su albergue, donde llega gente todo el año. Nos informa de que ahora hay media docena de lugares que alojan a viajeros, y que el turismo en el pueblo se ha multiplicado por diez.

En otra calle del pueblo somos reconocidos por unos japoneses que llevan la edición nipona en la mano y quieren fotografiarse con nosotros. Héctor y yo accedemos encantados, pero pronto vemos que la repercusión de nuestro libro no solo ha traído riqueza al pueblo.

Nuestro “fixer” norteamericano, que habla fluidamente japonés, informa al resto de equipo de National Geographic que los ancianos del pueblo se resisten a mostrarse para el documental. En los últimos años, ha habido tantos forasteros que querían conocer a los centenarios, que ahora viven escondidos en sus casas, agotados de tanta atención pública.

Esto genera un tsunami en el equipo de rodaje. Se ha invertido muchos miles de euros en desplazar personal, así como el trabajo de guionistas, documentalistas, etc. para un estreno programado para abril.

Cuando parece que la producción se va al agua, una llamada de Héctor hace aparecer a Mr. Miyagi. Este hombre de 74 años, que aparenta veinte menos y se llama como el maestro de Karate Kid, es el equivalente al Sr. Lobo de Ōgimi. Tras haber dirigido la oficina de turismo, conoce a todo el mundo y basta una palabra suya para que las cosas se pongan en marcha.

Por él nos enteramos de un festival de danza tradicional que tendrá lugar en el pueblo esa misma tarde, donde sin duda acudirán los ancianos.

Allí realizamos las primeras entrevistas, y el cámara y el sonidista graban parte del espectáculo. A través de Miyagi, presente en el evento, logramos que al día siguiente seamos recibidos en casa de una de las ancianas más ilustres.

Relajada la tensión con estas noticias, tras el primer día de rodaje en Ōgimi, regresamos a la capital de la isla, donde el suegro de Héctor, Yoshiaki-san, nos ha preparado una ceremonia tradicional okinawense con dos músicos que tocan el shamisen. Como impulsor inicial de nuestro estudio, también él es entrevistado delante del altar familiar.

A la mañana siguiente, mientras nos dirigimos de nuevo a la aldea de los centenarios, a casi dos horas de furgoneta de Naha, conversando con Héctor nos preguntamos qué habrá sido de las personas que filmamos en nuestro pequeño video que acompañaba el lanzamiento del libro: https://www.youtube.com/watch?v=_j9Md1mQmC0&t=262s

En especial, recordamos a Yukiko, una afable mujer con gafas que tenía una tienda a la entrada del pueblo, y Taira, una casi centenaria que nos cantó la canción con los secretos de la larga vida.

La primera sorpresa que nos llevamos este domingo es que ambas siguen vivas. Yukiko abre la tienda para los reporteros de National Geographic, muestra lo que vende ahí y luego se marcha conduciendo su propio coche.

Taira es la anciana que nos espera en su casa. Cumplidos ya los 100 años, tras enseñar el diploma recibido por las autoridades, nos informa de que todavía no ha estado enferma un solo día en su vida.

Aunque el documental recoge la realidad del pueblo, hay cierto guión a la hora filmar y hay escenas que deben repetirse para lograr varias tomas.

Al llegar a casa de Taira, que se acuerda bien de Héctor y de mí, le entregamos nuestro libro donde ella aparece. La centenaria lo toma con ceremonia y lo deposita en su altar familiar —todas las casas de Okinawa tienen uno—, donde le dedica unas palabras.

Cuando el cámara pide una repetición para filmar el momento desde otro ángulo, la anciana accede enfurruñada y, al terminar, nos dice: “¡Y, ahora, largo de aquí!”. Quizás uno de sus secretos personales para la larga vida es mostrarse tal como es, expresando lo que siente en cada momento.

Estamos saliendo de su humilde casa de madera, cuando el hombre del albergue viene a nuestro encuentro. Tras mostrarnos cómo toca el himno nacional de Japón utilizando una hoja de árbol como pito, nos informa de que la persona más anciana del pueblo, un hombre de 108 años, va a recibirnos.

Miyagi ha movido hilos y una furgoneta nos espera para guiarnos hasta su casa.

Una vez allí, nos encontramos con un hombre que, aunque se ayuda de un bastón, tiene una sorprendente movilidad para estar cerca de convertirse en supercentenario, como llaman a los que alcanzan los 110. Entra y sale de su casa sin ayuda de nadie, y rie y saluda todo el tiempo. Parece contento de tenernos allí.

Antes de la entrevista que le hacen en su jardín, nos muestra una foto de cómo celebró su 100 cumpleaños (ver cabecera). Lo festejó yendo en moto por última vez, con el certificado de centenario en el frente, antes de aparcarla para siempre en su garaje. Para un japonés, al menos en esta parte del país, es un gran éxito conseguir ese hito.

Después nos acompaña al huerto para mostrarnos cómo riega las verduras cada día, en especial los árboles de shikwasas, una fruta cítrica de enorme acidez y gran poder antioxidante. Nos regala un puñado de frutas para que sigamos su dieta.

Nos vamos de su casa asombrados con la energía de este hombre de 108 años, cuya mayor limitación es que se ha vuelto duro de oído. Por el resto, hace vida normal.

Mientras recuerdo estos encuentros entrañables en Ōgimi desde este café con jazz de fondo, me digo que tardaré mucho en regresar a la aldea de los centenarios. Prefiero recordar a estas personas admirables como las he conocido y no saber más de ellas. En mi memoria será, así, como si vivieran para siempre.

Disculpad la extensión del relato y ¡feliz semana!

Francesc

Comments

  • Carme Garcia Gomila

    23 diciembre, 2019 - 12:16 pm

    EI! Quina història… Allò de que quan poses un termometre per mesurar la temperatura d un producte, ja n alteres la temperatura…
    La GENTRIFICACIO arriba arreu. Glories i ombres de les que els japonesos en saben tant.
    Tu els poses al mon i espeto que l exit del llibre no els hi tregui.
    I una sanissima enveja pel viatge malgrat les 20 hores d avions i aeroports.
    Que tinguis unes bones festes i un 2020 ben okinawense.

    • Francesc Miralles

      23 diciembre, 2019 - 2:24 pm

      Gentrificació encara no, Carme, perquè la meitat de les cases d’Ogimi estan abandonades (als joves japonesos els horroritza viure en un lloc on no hi ha botigues), però certament han deixat de viure tranquils com abans. És el que té fer-se famosos de manera inesperada! Molt bones festes i dinem aviat, estimats!!

      • Lérida Sosa

        23 diciembre, 2019 - 11:37 pm

        Qué bonito poder enterarse de todas estas cosas tan bellas, Francesc. Será un hermoso documental. Y los ancianos los tendrán siempre muy presentes a ustedes, pues para ellos la vida social se nota que es importante, y gracias a ustedes se ha vuelto más rica.
        ¡Buen viaje!!! Un gran abrazo

        • Francesc Miralles

          25 diciembre, 2019 - 4:04 pm

          Ahora tienen vida social de sobras, querida Lérida! Les viene a conocer gente de todo el mundo :))) ¡Un fuerte abrazo!

  • Francisco

    23 diciembre, 2019 - 12:53 pm

    “Un gran poder, representa una gran responsabilidad”, superman. Ya ves Francesc tenéis grandes poderes, habéis sido capaces de cambiar el mundo en una parte del planeta y en muchas personas. Como el efecto mariposa, habéis modificado el futuro, pero hay que pensar en positivo, habéis dado otro recurso para la supervivencia de la pequeña isla. Son seres muy sociables y sabrán adaptarlo a su inigualable forma de vivir. Como arqueólogo emocional haces bien en guardar el descubrimiento de la primera piedra, de la primera charla, pues nada volverá a ser igual. Feliz regreso, SUPERMAN de la búsqueda de la felicidad.

    • Francesc Miralles

      23 diciembre, 2019 - 2:27 pm

      ¡Muchas gracias, querido amigo! Más allá de las molestias que puedan causar los turistas de la larga vida, en una segunda lectura me he dado cuenta de que estos ancianos, al contrario del 99% de las personas mayores, ahora se sienten importantes. La gente quiere fotografiarse con ellos, aprender sus secretos y darles cariño. Muchos centenarios de Ogimi viven solos porque su pareja ya ha muerto, y esa atención puede ser una motivación diaria. ¡Abrazos y feliz Navidad!

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