Buenas tardes,
La semana pasada leí la entrevista a una psicóloga que afirmaba que la depresión en los jóvenes se da, casi siempre, cuando la distancia entre lo que sueñan y su realidad es demasiado grande.
Me pareció una buena definición, y no solo para los adolescentes. Aunque no se sean diagnosticados como deprimidos, he conocido a mucha gente apática o cabizbaja porque esperaban recibir mucho más de la vida.
Escritores entregados a su labor que se quedan en eternas promesas. Pintores de vanguardia ignorados que ven cómo otros artistas más convencionales triunfan. Buscadores de amor que no encuentran un compañero de vida. Emprendedores a los que no les funciona ningún negocio o se quedan a mitad de camino.
En todos ellos se detecta un sentimiento de frustración e injusticia, porque no sienten retribuidos sus méritos y esfuerzos.
¿Significa, entonces, que la gente feliz —cualquier cosa que eso signifique— sí ha logrado grandes cosas? Según mis observaciones, no. Simplemente, son personas que ponen su horizonte de expectativas al alcance de su mano.
Los seres más alegres del mundo son los animales cuando juegan, los niños y las personas sencillas, capaces de olvidarse del mundo —y de la parte que les correspondería— en medio de una carcajada o mientras se entregan a cualquier actividad que les gusta.
Ya dice la Biblia que Dios se revela a los sencillos, no a los sabios. Porque probablemente la sencillez, ser capaz de celebrar cualquier cosa, es signo de una profunda madurez espiritual.
En todo caso, si el bienestar depende de la distancia entre tu realidad y tus sueños, hay una serie de preguntas que debemos responder. ¿Cuál es tu verdadero deseo? ¿Está lejos de tu situación actual? ¿Qué camino debes recorrer para que ese deseo sea una realidad? ¿Depende de ti o de terceras personas?
Gran parte de las cosas que deseamos dependen de nosotros, y si nos faltan es porque somos justamente nosotros los que nos las negamos.
En mi caso, nunca he deseado tener más éxito, dinero, posesiones ni nada parecido. Desde hace años, mi gran anhelo es el tiempo. Sueño con disponer de más horas para hacer las cosas que me llenan íntimamente. Jugar más con mi hijo, tocar el piano, leer por placer, viajar sin agobios (la mochila de las tareas no entregadas pesa mucho), dormir como un lirón, escribir libros que nadie sepa que estoy escribiendo (y que tal vez solo me interesen a mí o a unos pocos).
Por supuesto, liberar horas para todo eso no depende de un oscuro Ministerio del Tiempo. Como dice Xavier Guix, puesto que los seres humanos somos tiempo, de nosotros depende decidir su uso. Y si escasea el tiempo para lo esencial es que algo estamos haciendo mal.
Personalmente, tengo el propósito de volver de mi próximo viaje a Japón, desde donde escribiré el próximo lunes, con un plan para hacer cotidianamente todas estas cosas sencillas y humanas que he listado. Mientras tanto, me siento feliz de haber cumplido ya una de ellas.
Hace ya mucho tiempo desde que escribí mi última novela intimista en solitario (la más conocida es amor en minúscula). Tenía ganas de narrar una historia que solo yo (y un par de amigos) supieran que estaba escribiendo, sin contrato alguno con una editorial. Mi novela secreta.
Mi “bro” Andrés Pascual dice siempre a sus alumnos que no esperen a un momento de calma para hacer algo que desean íntimamente, porque ese momento nunca se dará. Si quieres hacer algo de todo corazón, tendrás que llevarlo a cabo en medio de la tempestad.
Y así lo hice. En medio de nuestras investigaciones japonesas, de los cuentos y artículos, hace tres años empecé a escribir una novela totalmente personal. El origen de esta historia es un sueño que me persigue desde niño. Por eso ha supuesto un extraño placer arañar horas aquí y allá hasta, dos años y medio después, lograr completarla.
El 4 de junio se publicará en castellano. Daré toda clase de detalles cuando se acerque la fecha, porque este no es un artículo sobre esta novela por fin finalizada, sino sobre los sueños que todos tenemos, esas señales que parpadean para llamar nuestra atención y que a menudo desoímos.
Volviendo a la definición de la psicóloga, tal vez no exista esa distancia entre el sueño y la realidad, sino que somos nosotros lo que chutamos nuestros sueños tan lejos como un defensa que manda la pelota a la tercera gradería, porque no sabe que hacer con ella.
Siguiendo con la analogía, se dice que los buenos futbolistas «tratan bien» el balón. Del mismo modo, los cracks en el juego de la vida saben tratar sus sueños. No se los sacan de encima de cualquier forma, sino que los conducen hacia la meta, con o sin ayuda de los demás. Se hacen responsables de su propia gloria.
¿Por dónde andan tus sueños? ¿Qué puedes hacer para recortar la distancia?
¡Feliz semana!
Francesc