Buenas noches,
Este lunes quiero contar una anécdota mínima, pero con muchas resonancias. Sucedió recientemente en Atacama, donde estaba acompañando a mi pareja en un congreso de terapeutas.
Mientras los participantes se provocaban temblores neurogénicos (son facilitadores de la técnica TRE) para descargar las tensiones y traumas acumulados, yo me estresaba intentando ponerme al día de mis tareas en nuestra casita en medio de un desierto a más de 3150 metros.
El motivo de mi tensión era un moscardón de tamaño King Size que no paraba de zumbar en el espacio que me servía como oficina de escritor. Cada vez que pasaba cerca de mí, yo le abría el ventanal para que saliera de una vez, pero el gordo bicho rechazaba la propuesta, dando media vuelta para enseguida regresar en vuelos rasantes alrededor de mi cabeza.
Algunos seres parece que solo han venido al mundo a molestar.
Harto de este insecto incordioso, abrí todas las ventanas y la puerta con la esperanza de que se largara. Ninguna de las salidas parecía interesar al moscardón, así que decidí ayudarle a marcharse persiguiendo al bicharraco con una toalla como látigo.
Este hábil volador esquivaba todos mis golpes de toalla —mi intención era echarlo, no matarlo— y seguía evolucionando por el cuarto, obviando todas las aperturas para irse a otro lugar.
Cuando llevaba demasiado tiempo perdido ridículamente, me di por vencido y volví al escritorio. El moscardón estaba ahora encima de una viga, desde donde entendí que me contemplaba con la sorna del vencedor.
Cerré la puerta y las ventanas para que no entraran más bichos. Luego me sumergí de nuevo en mi tarea, convencido de que hay guerras que no vale la pena librar —¿Quién dijo aquello de «elige tus batallas»?—. De hecho, la inmensa mayoría de conflictos en los que nos metemos no merecen un ápice de nuestro tiempo y energías.
Prueba de ello es la resolución de esta microhistoria. Cuando llevaba un largo rato escribiendo, me di cuenta de que no había oído más ese zumbido, ni había vuelto a revolotear a mi alrededor ese ser absurdo y cansino. ¿A qué se debía el milagro?
Al levantarme para estirar las piernas descubrí lo sucedido. Justo cuando yo había dejado de perseguirle, el moscardón se posó sobre aquella viga donde —ahora podía verlo— una araña tenía su red. El enemigo de la escritura estaba ahora embalsamado en la trampa de un bicho más paciente y poderoso que él.
La minúscula lección estaba clara: no pierdas el tiempo con problemas o enemigos pequeños. Deja que se ocupen de ellos seres de su propia dimensión. Los chinos, que son muy pragmáticos, lo expresan así en un proverbio clásico: «Siéntate pacientemente junto al río y verás pasar el cadáver de tu enemigo flotando».
¿Cuáles son las «moscas» de tu vida? ¿Estás dispuesto a dejar de batallar contra ellas para ocuparte de lo importante?
¡Feliz semana!
Francesc
PD. Pequeñas cosas a las que sí merece la pena dedicar tiempo: en la puerta de nuestra cabaña había un pájaro del que me hice amigo; venía a buscar cada mañana las migas de pan que yo le dejaba bajo la escalera.
Comments
Lérida
Buenísima, Francesc!!! Para tenerla muy en cuenta. Gracias por compartirla. ¡Un fuerte abrazo!
Francesc Miralles
Gracias a ti por leerla, querida Lérida!
Beatriz
Me encanta leerte Gracias
Francesc Miralles
Muchas gracias, Beatriz 🙂
Cynthia Román
Uno se hace sabio en la cotidianidad de nuestra existencia. Pequeña gran lección Fransec 🙏🏾✍️🏾
Francesc Miralles
Así es, Cynthia! Un abrazo!!
ANA GONZÁLEZ
¡ Me ha encantado, Francesc! Cuántas veces me he visto persiguiendo una de estas moscas y , cuando desistes y te centras en lo importante, eso desaparece o deja de molestarte, así es. Me has hecho reír mientras nos has dado una importante lección… evaluar que moscas «inútiles» estamos persiguiendo. ¡Gracias!!!
Francesc Miralles
Gracias a ti por leer y comentar, querida Ana! Un abrazo muy fuerte!!