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Las tres sillas de Thoreau

Buenas noches,

Parece que el otoño se ha decidido a llegar a esta parte del mundo, como si lo hubiéramos traído de Nueva York, de donde he regresado esta mañana.

Además de reunirme con mis editores en Estados Unidos, una de las cosas que hice en la ciudad fue visitar el ampliado MOMA. Para hacer una pausa, nos dirigimos al bar en la sexta planta del museo de arte moderno, The Carroll and Milton Petrie Terrace Café.

Más allá del pomposo nombre, es una cafetería sin nada especial. Ni siquiera tiene vistas sobre Nueva York, ya que el ventanal da a un edificio de oficinas más alto. Eso sí, cuesta 11 dólares un dulce, bebidas aparte.

Todos los museos importantes tienen un lugar así, y yo no lo mencionaría de no ser por la tremenda cola que se había formado en la entrada. Un ajetreado recepcionista pasaba con una tablet preguntando cuántos eran en cada grupo e iba anotando los números de teléfono. Luego decía: «Vayan a ver cuadros, les llamaremos de aquí 15 minutos, cuando se libere una mesa».

Un método eficaz, pero no pude evitar escandalizarme ante aquel gentío en un puñetero (y caro) café, mientras que en el lugar más emblemático de la prosa americana del siglo XIX no había ni Cristo. Esto último es lo que quiero contar.

Aprovechando la breve estancia al otro lado del charco con mi compañera, nos tomamos un día libre para un viaje raro y especial que siempre había deseado hacer. Quería conocer Walden Pond, el lugar donde Henry David Thoreau vivió dos años, dos meses y dos días en una cabaña y escribió el cuaderno de notas Walden o la vida en los bosques, tal vez la obra de no ficción más influyente de su siglo. Al menos, en Estados Unidos.

Edición norteamericana de Walden, o de la vida en los bosques

Así como en el café del MOMA no cabe ni un alfiler y te tienen que llamar por teléfono, en este escenario mítico apenas hay nadie. Entre otras razones, porque resulta difícil llegar hasta allí, y más difícil aún es regresar si, como nosotros, no has alquilado un coche.

Nuestra aventura empezó el jueves a las 5:45 de la mañana, hora en la que tomamos el metro a Penn Station. Allí nos esperaba un tren de Amtrack que nos llevaría a Boston en casi cinco horas.

A falta de autobuses que lleguen hasta Walden Pond, no quedó otra que tomar un taxi para recorrer los más de 30 kilómetros que separan la ciudad del lugar de retiro de Thoreau. Ni siquiera el taxista sabía donde estaba ese lugar dejado de la mano de Dios, y tuvo que guiarse por San Google Maps a través de autopistas y polígonos industriales hasta que, llegado un punto, nos engulleron los bosques.

Para explorar el pequeño paraíso de Thoreau hay que llegar a una construcción de madera en medio del bosque que ejerce de Visitor’s Center. En ese momento está cerrado porque la vieja dama que lo lleva se ha ido a comer, así que vamos a preguntar a la pequeña librería anexa, que pertenece a The Thoreau Society.

Allí nos recibe Peter Alden, un hombre afable de pelo cano, autor de decenas de libros sobre animales y flora. Pocas almas se pasan por allí en noviembre, así que enseguida inicia conversación. Nos explica que ha vivido en más de cien países, consagrado a estudiar y divulgar las maravillas de la naturaleza.

Nos pregunta dónde está nuestro coche y, al saber que hemos llegado en taxi, se lleva las manos a la cabeza.

—No sé cómo vais a salir de aquí… —dice preocupado.

—¿No se puede llamar luego a un taxi o un Uber?

—Se podría si hubiera cobertura de móvil. En ese sentido, esta zona está muerta.

A continuación, nos explica la ruta de Thoreau y nos desea buena suerte.

A escasa distancia de la librería, hay una reproducción exacta de la cabaña donde vivió el filósofo americano, padre de la desobediencia civil, que dejó la pequeña ciudad de Concord para no ser como «casi todas las personas que viven la vida en una silenciosa desesperación».

Consideraba que su existencia ociosa en la civilización le había apartado del corazón de la vida, impidiéndole incluso escribir de forma auténtica. En sus propias palabras: «Vano es sentarse a escribir cuando aún no te has levantado para vivir».

Reproducción de la cabaña donde vivió H.D. Thoreau.

Al visitar la minúscula cabaña donde pasó 732 días, vemos que consta solo de una pequeña cama, un modesto escritorio y tres sillas.

«¿Para qué necesita tres sillas un ermitaño?», nos preguntamos. Y la respuesta es que Thoreau era una clase de ermitaño especial. Dormía y se despertaba en la cabaña, sí, y pasaba allí muchas horas escribiendo en su cuaderno, pero se sabe también que a media mañana caminaba hasta Concord (no muy lejos de allí) a comprar el periódico, y que muchas tardes venían a visitarle amigos.

Cuando preguntaban a Thoreau por las tres sillas de su cabaña, contestaba: «Una es para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad».

Vista la choza, cruzamos la carretera en dirección a Walden Pond, el estanque donde este hombre que moriría de bronquitis a los 44 años construyó la cabaña con sus propias manos.

Caminamos por la orilla del estanque, que está desierto al igual que el camino que se interna poco a poco en el bosque. Pisando hojas de otoño vamos subiendo por una suave cuesta hasta llegar a una colina en la espesura. Desde allí ya queda poco hasta el lugar donde se encontraba la cabaña original.

Camino en el bosque junto a Walden Pond

El sitio exacto está señalado con unos pilares de piedra. Frente a ellos, grabado en un plafón de madera, el fragmento más célebre del libro donde Thoreau revela el porqué de su exilio:

«Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… Para no darme cuenta, en el momento de morir, que no había vivido.»

Emplazamiento original de la cabaña de H.D. Thoreau.

Nos sentamos en silencio sobre un tronco caído, contemplando aquel lugar tan significativo como abandonado. Mientras estamos allí, ningún otro caminante se acerca a la cabaña de Walden Pond.

Empieza a caer la tarde cuando deshacemos lentamente el camino por el bosque cercano a la orilla. Al llegar al final del estanque, remontamos el sendero hasta la carretera y la cruzamos para dirigirnos de nuevo a la librería de The Thoreau Society.  

Tal como nos había advertido Peter Alden, no hay cobertura ni wifi en la zona, por lo que es imposible llamar a un taxi para que no saque de allí. Entramos a preguntarle si tiene un teléfono fijo y niega con la cabeza, a la vez que nos dice:

—Os puedo llevar en coche a Concord, eso sí.

Aceptamos agradecidos, y el hombre cierra la tienda para llevarnos a la ciudad donde vivió Thoreau, tuvo de mentor a su vecino Ralph Waldo Emerson, y acabó huyendo a los bosques.

Una vez allí, nos damos cuenta de que tampoco será tarea fácil regresar a Boston. El único medio de transporte es un tren lento que llegará en una hora y media. Ni siquiera hay una estación con taquilla para comprar los billetes, así que después de refugiarnos un buen rato en un café, nos vamos a la vía a esperar que pase el convoy.

El mismo revisor nos vende los pasajes mientras el tren va progresando entre pueblo y pueblo sin prisa alguna. Una hora y cuarto después llegamos a Boston, ya de noche y bajo una lluvia incesante.

Un par de horas después tomamos el tren de regreso a Nueva York. Cuando llegamos a nuestro piso alquilado en Brooklyn es ya medianoche. Hace casi 19 horas que salimos. De nuevo en la ciudad, siento que parte de mi corazón se ha quedado allí, en la desaparecida cabaña entre los bosques.

Tras un baño caliente, al meterme en la cama vienen a mi memoria los últimos días de Thoreau, estando ya gravemente enfermo. Al ser preguntado por su tía si había hecho las paces con Dios, él respondió: «No sabía que nos habíamos peleado».

El 6 de mayo de 1862 pronunciaba su última frase antes de morir. Dijo: «Ahora viene buena navegación».

Disculpad por un relato tan largo y feliz semana,

Francesc

Comments

  • PABLO

    11 noviembre, 2019 - 8:07 pm

    Maaaadre mía. Que maravilla de lugar!!!! Desde luego para que vas a ir al World Trade Centre, a la Gran Manzana o a las calles de Broadway cuando hay tanto que descubrir. Enhorabuena por esa originalidad que te caracteriza y por esa compañera de aventuras que secunda y comparte cada una de tus locuras. Tenemos que charlar Señor Miralles Jajajaja pero las cosas pasan siempre cuando tienen que pasar. Gracias por hacerme viajar contigo en cada post, gracias a Monday News muchos hemos conocido Japón y el bar de los gatos, la casa de Thoreau y tantos y tantos sitios que nos quedan por vivir y conocer de tu lado gracias a tus palabras. Un gran abrazo al sherpa de almas mas grande que conozco (lo de sherpa literario ya se te ha quedado corto). Una buena semana para ti y los tuyos. Un gran abrazo, amigo y por que no decirlo, “mentor”. Que la vida te regale aunque sólo sea una decima parte de lo que das y ya serás alguien más que afortunado. Hablamos pronto.

    • Francesc Miralles

      12 noviembre, 2019 - 7:49 am

      Gracias por tus radiantes palabras, querido amigo!!! Tenemos pendiente una cita para hablar de ese concierto secreto que daremos, de la vida y mucho más. ¡Un abrazo enorme!

  • Marga

    11 noviembre, 2019 - 8:22 pm

    Oh! Esta clase de excursiones fuera de los lugares comunes transitados por el turismo convencional son una delicia. Gracias por compartir estos secretos. Si no tengo la posibilidad de ir algún día he disfrutado y aprendido con tu experiencia. Muy agradecida

    • Francesc Miralles

      12 noviembre, 2019 - 7:52 am

      Ya dicen que los mejores descubrimientos ni siquiera salen en los mapas, Marga 🙂 No es necesario ir a todos los lugares, muchas veces basta con soñarlos. ¡Abrazos!

  • Àlex

    11 noviembre, 2019 - 10:18 pm

    Una escapada per enriquir l’ànima… una història meravellosa ❤❤❤

    • Francesc Miralles

      12 noviembre, 2019 - 7:54 am

      M’alegra que t’hagi agradat, amic! Ens veiem avui!!

  • Lérida Sosa

    12 noviembre, 2019 - 3:43 am

    ¡Qué bella y emocionante aventura, Francesc!!! muy buen uso de tu cámara. ¡Hermosas fotos! Qué buena la respuesta referente a las sillas!!! Me alegro que hayáis disfrutado de un maravilloso viaje. Y una vez más gracias por compartirlo. No pidas disculpas por lo largo del relato, si dan ganas de seguir leyendo…!
    Feliz semana y un fuerte abrazo

    • Francesc Miralles

      12 noviembre, 2019 - 7:54 am

      ¡Muchas gracias por estar siempre cerca, Lérida! Otro abrazo y muy feliz semana 🙂

  • Katinka Rosés becker

    13 noviembre, 2019 - 12:58 pm

    sENZILLAMENT, MERAVELLÓS!

    • Francesc Miralles

      13 noviembre, 2019 - 1:18 pm

      Gràcies, Kati! :)))

  • Rocío 1

    18 noviembre, 2019 - 12:34 am

    Siempre he sentido una fascinación por Nueva York, el MOMA me ha parecido un punto cultural impresionante y el hecho de salir de aventura fuera de la ruta convencional solo hace que quiera ir allí más, es maravilloso

    • Francesc Miralles

      18 noviembre, 2019 - 11:56 pm

      ¡Muchas gracias, Rocío! :**

  • Joan

    20 noviembre, 2019 - 7:22 pm

    Benvolgut Francesc, avui he tingut la sort de sentir en un podscast de l’ofici de viure on parles de ichigo ichie i altres, m’han quedat moltes ganes d sentir alguna xerrada que facis (es pot consultar en algun lloc?) i llegir els teus llibres i, coneixer te personalment. Moltes gracies.

    • Francesc Miralles

      20 noviembre, 2019 - 10:05 pm

      Bon dia Joan,
      Doncs per exemple pots venir a veure’m el proper dissabte al matí a la llibreria Haiku de Barcelona.
      És a les 12:00.
      Abraçades!
      F

  • Bienvenida pinto

    8 diciembre, 2019 - 9:57 pm

    «No sabía que nos habíamos peleado». ME ENAMORE! GRACIAS POR COMPARTIR TANYAS COSAS BELLAS. UN GRAN ABRAZO,

    • Francesc Miralles

      16 diciembre, 2019 - 7:58 pm

      Muy feliz de saber que te ha gustado 🙂 ¡Abrazos!

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