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Esa increíble cita conmigo mismo

Buenas noches,

He esperado hasta hoy para poder contar esta historia. Hace un par de días llegué a Londres para celebrar el cumpleaños de un viejo amigo. Su pasión son los restaurantes, y había elegido su favorito en el mundo para la cena de sus 52 años.

Como vivimos en continentes distintos y a veces pasan años sin que nos veamos, le prometí que volaría para reunirme con él esa noche en The Jugged Hare. Al saber que era un restaurante especializado en caza, con cabezas de animales en las paredes, me entraron todos los males, pero, aun así, tomé un avión para acudir a la cita.

Por la mañana recibí instrucciones muy precisas por su parte acerca de la antelación con la que debía llegar al hotel —reservé el mismo que él— y lo importante que era llegar puntualmente a las 21:00 en The Jugged Hare, cerca del Centro Barbican, para no perder la mesa. Yo le dije que no se preocupara, que sí mi avión se retrasaba, como sucedió, iría directo al restaurante.

Finalmente llegué a las 19:30 a un hotel eduardiano donde, tras tomar el ascensor al segundo piso, había que abrir hasta 11 puertas distintas en un laberinto de pasillos para llegar a mi pequeña habitación (a precio de oro).

Tras avisar por whatsapp a mi amigo de que a las 20:15 estaría en el hall para ir juntos al restaurante, hice un poco de oficina (contesté una decena de los mil e-mails que debo de tener en cola). Luego me puse una camisa para ir al mejor restaurante del mundo, según mi amigo.

No le encontré en el hall del hotel ni me había contestado al whatsapp, así que supuse que se habría puesto ya en camino hacia The Jugged Hare. Tal vez no tuviera una SIM británica, me dije, y no podría comunicarse conmigo por el camino. Nos veríamos allí, por lo tanto.

Eran ya las 20:25 y calculé que, si iba en metro, corría el peligro de llegar tarde. El lugar se encontraba muy lejos de nuestro hotel, así que me subí a un taxi y pagué unas cincuenta libras para cruzar la ciudad en unos 35 minutos.

A la hora en punto, entraba en el restaurante, que se halla en un edificio moderno de la zona del Barbican. Yo había imaginado una vieja posada inglesa, con chimenea y cuadros antiguos, pero nada más lejos de la realidad. Sí que colgaba algún animal muerto del techo, pero el local era diáfano con una cocina a la vista.

Di el nombre de mi amigo a una camarera con acento griego y ella me anunció que era el primero en llegar. Luego me condujo hasta una pequeña mesa arrimada a una pared.

—No creo que él quepa aquí —le dije—. Es un hombre corpulento que necesita más espacio.

A regañadientes, me llevó hasta la única mesa de cuatro que quedaba en el restaurante, justo en medio del local. A mi alrededor, varios grupos se apiñaban estrechamente alrededor de sus mesas.

A las 21:05 me dije que mi amigo había faltado a su recomendación de ser puntual. A las 21:10 le escribí “Oye, que ya estoy aquí. ¿Tardarás mucho?”. A las 21:15 no había aparecido ni había mandado mensaje alguno. Su whatsapp no daba signos de actividad.

A las 21:20 la camarera con acento griego se acerca a mí y tenemos esta conversación:

—¿Dónde está tu amigo?

—No lo sé… —respondo preocupado— Me temo que le haya pasado algo. Llevaba meses hablando de esta cena y es un hombre muy puntual.

—Pues si quieres cenar algo, te recomiendo que pidas ya. En diez minutos cierra la cocina y no podremos servirte.

Apurado, miro la carta de vinos y la de comida, evitando los platos de caza. A las 21:25 pido una copa de espumoso inglés —gracias al cambio climático, ahora hacen vino—, una tostada con cangrejo marrón y un pollo salvaje con arroz salvaje.

A las 21:30 mi amigo sigue sin dar señales de vida. El camarero indio encargado de mí me trata con especial cariño y me pregunta varias veces si me gusta cada cosa que me está sirviendo. Creo que se compadece de mi situación, al igual que los clientes que me observan de reojo desde las otras mesas.

El tonto de la gran mesa al que han dejado plantado.

A las 21:45 devoro el primer plato y, tras beber con mucho placer el espumoso inglés, me pido una cask ale, una cerveza elaborada de manera natural que me encanta. Luego llega el pollo, que resulta ser una delicia.

Tomo conciencia de que lo estoy pasando de maravilla. Por mi trabajo estoy casi siempre reunido con gente, así que descubro el extraño placer de cenar solo sin tener que dar conversación a nadie. Presto mucha más atención a cada sabor, mientras escucho con curiosidad lo que habla la gente a mi alrededor.

A las 22:15 sigue sin aparecer el cumpleañero, que tampoco manda mensaje alguno. El camarero indio me ofrece, con una gran sonrisa, una carta de postres y otra de licores. Pido un Suntory Toki, un whisky muy apreciado en Japón. Feliz como la perdiz que no he pedido, abro en mi Kindle un libro de Murakami y leo y bebo como si no hubiera mañana.

En mi fiesta para uno, sin embargo, cada vez estoy más preocupado por mi amigo. No es alguien que te deje en la estacada, así que lo único que se me ocurre es que haya tenido un accidente. Tal vez lo han ingresado en el hospital a causa de un infarto. O quizás ha muerto. Eso explicaría que su estado de whatsapp siga sin actividad.

Tras pagar 100 libras por el festín, salgo del restaurante y le expreso a la camarera mi preocupación.

—Oh… espero de todo corazón que no sea eso.

Con la mente nublada por la mezcla de alcoholes, subo a otro taxi y cruzo la ciudad de vuelta sin parar de pensar en mi amigo. Le he llamado a sus dos teléfonos, pero me salta el contestador. Pienso en telefonear a su hermana para decirle que puede haber sucedido una desgracia, pero es tarde y no quiero asustarla. Decido que la llamaré por la mañana.

Después de atravesar el laberinto de pasillos y puertas para llegar a mi habitación, ya estoy entrando cuando suena el teléfono. Aliviado, escucho la voz de mi amigo, que dice apurado:

—¡Me he quedado dormido! Ayer pasé toda la noche volando y esta tarde me he tumbado con la idea de dormir una siesta de media hora… pero he abierto los ojos a las diez y media. Estoy yendo en Uber a The Jugged Hare.

—Ya puedes dar media vuelta —le digo—. Está cerrado.

Luego me acuesto con una extraña felicidad. Esta insólita cita conmigo mismo ha sido una de las mejores veladas de mi vida. Como decía Gustavo Adolfo Bécquer, la soledad es muy hermosa cuando se tiene alguien a quien contársela.

¡Gracias por escucharme!

Francesc

PD1. El título de este post se lo he robado a Xenia Vives, que contaba una velada solitaria —buscada, en su caso— en Tener suerte en la vida depende de ti.

PD2. La foto de cabecera es de David Gelb.

Comments

  • Reyes del Pino montes

    9 junio, 2023 - 12:58 pm

    A quién no le ha pasado, esperar y que tu cita no llegue, tu reacción es admirable, yo no hubiera podido disfrutar de la cena tan solo un aperitivo y el vino espumoso…estaría frustrada y enfadada, dormiría y al día siguiente actuaría según mi ánimo.
    Es cierto que el silencio es un compañero necesario y gran amigo.
    Un abrazo Francesc.

    • Francesc Miralles

      10 junio, 2023 - 3:56 pm

      Yo estaba feliz, querida Reyes! Abrazos!!!

  • Emi Lucente Lucente

    9 junio, 2023 - 6:46 pm

    Me encantó tu experiencia, la viví en cada palabra que leí, gracias por compartirlo y por inspirarme a tener una cita conmigo. 😉

    • Francesc Miralles

      10 junio, 2023 - 3:56 pm

      Gracias por leerme, Emi! :*

  • Marta

    10 junio, 2023 - 12:59 am

    Hola Francesc! Me encantó tu historia. Lamento el desencuentro con tu amigo pero una cita con uno mismo es de lo mejor; muchas veces lo hago; altamente recomendable. Una vez superado eso del mirar ajeno…aunque en realidad cada uno ESTá en lo suyo y uno ESTá en el deleite de los SABORES disfrutando ese instante divino junto a un excelente vino. Repite la experiencia en cuanto puedas, de DIEZ.☺️🍷

    • Francesc Miralles

      10 junio, 2023 - 3:56 pm

      La repetiré, querida Marta! Fue una bella experiencia de Solosofía! ☺️🍷

  • Kike

    10 junio, 2023 - 1:02 pm

    FANTÁSTICO encuentro!

    • Francesc Miralles

      10 junio, 2023 - 3:55 pm

      Gracias, Kike 🙂

      • PRESEN

        31 julio, 2023 - 10:44 pm

        Me ha encantado tu historia! Esa cita a ciegas contigo mismo.
        me ha recordado la frase de john lennon: «La vida es aquello que va sucediendo mientras nosotros nos empeñamos en hacer otros planes». En tu caso tenias otros planes y la vida te sucedio. Todo un lujo que pudieras disfrutarlo!

        • Francesc Miralles

          2 agosto, 2023 - 1:23 am

          Así fue :))) ¡Un abrazo!

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