Buenos días,
La semana pasada estuve ausente debido a la acumulación de conferencias en distintas partes del mundo, dos de ellas el mismo día. La última fue para la Cámara de Comercio de Fuerteventura, donde di una charla titulada RESILIENCIA E IKIGAI junto a una persona extraordinaria a la que dedico este artículo.
Álvaro Vizcaíno era un joven empresario de Madrid con pasión por el surf que se había establecido en esta isla que los locales denominan «La Roca». Hay partes de la costa totalmente despobladas, como la región de Cofete, con altos acantilados sobre playas salvajes e inaccesibles por tierra.
Tras conocer por una amiga una tortuosa vía de descenso, nuestro protagonista fue con su tabla de surf para remontar las olas en aquel ignoto rincón del paraíso. Para bajar hasta la playa era necesario sortear rocas, arenales y riscos con no poco peligro. Prueba de ello es que, tras errar el camino, Álvaro resbaló por una pendiente arenosa quedando, literalmente, colgando sobre el abismo.
La tabla de surf se precipitó al vacío y él descubrió, con horror, que era imposible ascender de nuevo por el tobogán natural por el que se había deslizado. Al contrario, con cada paso resbalaba aún más. Estaba al borde de un precipicio marino lleno de rocas afiladas que prometían partirle en dos.
Colgando en el vacío, Álvaro se dio cuenta de que no le quedaba otro remedio que saltar, lo cual parecía una muerte segura, o quedar tetrapléjico en el mejor de los casos. En los últimos momentos en los que pudo seguir sujeto a la pendiente arenosa, se dijo que su única posibilidad era saltar cuando llegara una gran ola que amortiguara un poco su caída.
Así lo hizo, y en ese salto se produjo el primer milagro. En lugar de precipitarse sobre una afilada roca, cayó en un hoyo que frenó relativamente el brutal choque.
Álvaro se sorprendió al darse cuenta de que seguía vivo en al agua. Eso sí, con una pierna y un brazo desgarrados y una triple fractura en la pelvis. Para avanzar hacia la playa salvaje, que se encontraba a trescientos metros, solo se podía valer de un brazo.
Las fracturas y la sangre que estaba perdiendo por momentos hicieron que, apenas cincuenta metros después, fuera incapaz de seguir avanzando. Álvaro se hundía en el oleaje y, cuando ya no le quedaban fuerzas para volver a salir a la superficie, aceptó que iba a morir. «Doy gracias por la vida que he tenido», se dijo antes perder el conocimiento.
Un tiempo indeterminado después —podían ser horas o minutos—, se despertó flotando en el mar. No había muerto, lo cual le pareció un segundo milagro. Su cuerpo había logrado, aun sin conocimiento, mantenerse vivo y a flote en la superficie.
—Ahí me di cuenta de lo difícil que es morir —me explica mientras tomamos una cerveza antes de nuestra conferencia conjunta—. Pero, espera, que eso fue solo el principio… —añade.
Gracias a la marea y al brazo con el que podía impulsarse, logró llegar a aquella playa inhóspita al límite de sus fuerzas. Allí nadie podría verlo, ni desde lo alto del acantilado ni desde el mar, porque por aquella costa accidentada no pasaban barcos.
Arrastrándose por la arena como un reptil, se dejó caer exhausto. Contra todo pronóstico y por partida doble, se había salvado de morir destrozado por las rocas o ahogado, pero de aquella playa sería imposible salir. En su estado, era incapaz de trepar hasta arriba del precipicio. Con la pelvis rota y una pierna destrozada, ni siquiera era capaz de andar.
Solo podía esperar a que, gracias a un tercer milagro, alguien le descubriera ahí abajo. Además de ser un lugar remoto, jugaba en su contra que vivía solo y no había dicho a nadie que salía a hacer surf. Por lo tanto, no lo echarían en falta y no lo estaban buscando.
En medio de estos pensamientos bajo el sol abrasador, tras haber tragado mucha agua salada, Álvaro se estaba muriendo de sed.
No se le ocurrió otra cosa que reptar hasta un rincón de la playa donde la marea había arrastrado basura de otras partes de la isla. Allí encontró un corcho para niños que se inician en la natación, un trozo de cuerda y… una botella de agua que se mecía entre el oleaje.
«No puede ser que esté llena», se dijo mientras estiraba el brazo para capturarla. Era un envase de 700 cl, como las aguas que se venden a precio de oro en los aeropuertos. Al cogerla, vio asombrado que estaba llena y con el tapón sin desprecintar.
La providencia le había llevado una botella de agua mineral para que no muriera de sed. Aquello era un tercer milagro, tal vez el mayor de todos.
Días después se sabría que pertenecía a un pescador que había ido por esa parte de la costa a pescar con arpón, algo totalmente prohibido allí. Llevaba dos botellas como aquella, pero una se la había llevado un golpe de ola. La misma que ahora estaba en manos de Álvaro, que bebió el agua dulce antes de dormir en la playa, guardando una parte para el día siguiente.
Desnudo y malherido, pasó la noche tiritando de frío, con la única protección de un trozo de plástico rescatado de la basura.
Cuando salió el sol, sin embargo, Álvaro asistió al amanecer más bello que hubiera presenciado en su vida, tal vez porque podía ser el último. Pasó todo el día sobre la arena, quemándose bajo el sol mientras se aferraba a la esperanza de que alguien le viera desde lo alto de los riscos o desde el mar. Pero nada de eso sucedió.
Tras haber agotado el agua que le había traído la providencia, volvió a caer la noche y Álvaro se esforzó en dormir, a pesar del frío y del dolor de sus múltiples fracturas. El corte en uno de sus brazos apestaba. Con todo, intentaba descansar, porque había decidido jugarse la última carta cuando saliera el sol por segunda vez.
Comprendiendo ya que nadie vendría a rescatarle, su única oportunidad, por pequeña que fuera, era volver al agua e intentar nadar los doce kilómetros que le separaban de la primera playa habitada.
Aquella noche durmió profundamente hasta un nuevo amanecer, más bello y mágico que el anterior. Cuando el sol estuvo lo suficientemente alto, se echó al agua armado con el corcho, la cuerda y un trozo de madera que le había servido para entablillarse una de las piernas.
Doce kilómetros parecía una distancia imposible de cubrir, ya que calculó que, en su estado, a los dos kilómetros habría sufrido una hipotermia. Aun así, se echó a la mar agradeciendo que no hubiera oleaje. Llevaba solo quinientos metros cuando el agotamiento le venció. Se hundió varias veces y logró salir a duras penas a la superficie, con la adrenalina de la supervivencia impulsándolo un poco más.
Cuando llevaba dos kilómetros, estaba totalmente agotado y empezaba a sufrir el adormecimiento de la hipodermia. No podía seguir.
Entonces vio a lo lejos una lancha. Álvaro intentó gritar, pero solo salió un gemido ahogado; movió los brazos y alzó el corcho. La pequeña embarcación no le vio y arrancó para alejarse de allí, mientras él seguía gimiendo y haciendo señales. Se veía ya muerto, cuando vio que la lancha viraba y se dirigía hacia él. ¡Le habían visto!
Fue subido a la lancha y luego rescatado en un helicóptero que le llevó al hospital.
Álvaro estaba eufórico y recibía a todo el mundo con una sonrisa. Durante el primer mes se sentía feliz y agradecido por haber salvado la vida contra todo pronóstico. Luego le vino un gran bajón.
Escribió su historia en un libro, Solo, que también acabaría siendo una película de ficción, que no convence al protagonista de esta aventura tan improbable como llena de prodigios.
¡Feliz semana!
Francesc
Comments
Reyes del pino
Cuantos milagros suceden a lo largo de nuestra vida y no somos conscientes de ello, también las adversidades lo son, están envueltas en suspiros y las lágrimas limpian el cristal tras el que se encuentra la esencia de la felicidad.
Francesc gracias por transmitir sentimientos tan nobles a través de tu escritura.
Marta
Aún no puedo creer lo que termino de leer Querido Francesc. Me pregunto porqué Álvaro y tantos viven al límite…desafiando la Vida …tomando tanto riesgo….por el otro bendigo los 🙏milagros que lo acompañaron…Bendita Navidad para Ti y todos en este Blog…♥️🎅🌲Silencio, Encuentro y Paz en cada corazón…
Francesc Miralles
Un abrazo cariñoso, querida Marta!!
Francesc Miralles
Gracias a ti por tu sensibilidad, querida Reyes! Bss!!
Angeles Martinez iturbe
Muchas gracias por compartir esta historia, yo vi la pelicula pero sigo impresionada por lo qUe vivio alvaro vizcaino. Una muestra mas de la grandeza del ser humano en este infinito universo. Deseo que se ENCUENTRE Bien y las secuelas por sus lesiones sean leves. Que bueno que escribe su experiencia para sanar su corazon.
Francesc Miralles
Álvaro está muy bien a día de hoy, más fuerte que un toro. ¡Gracias, Ángeles!
Cynthia Román
Que manera tan tuya de narrar.
que privilegio es que nos llamen o que nos busquen de vez en cuando o ese tan mal calificado que nos extrañen.
Casi lloro con esta historia.
Voy a ser tu alumna de escritura.
Gracias Francesc.
Francesc Miralles
¡Muchas gracias, Cynthia! Bss!
Silvia Almarcha
Que gran historia !!! Cuanto aPrendizaje !!!!
Feliz navidad francesc querido !!!!
Francesc Miralles
¡Feliz Navidad, Silvia! :)))
María Dolores Segarra
Hasta el final atenta, gracias como siempre, por tan bello compartir.
Menuda historia llena de milagros, como la vida misma. Pero pocas veces no tenemos tiempo para darnos cuenta. Gracias Francesc🤗🌟
Francesc Miralles
Llena de milagros, sí! Abrazos, María Dolores!!