Buenas noches,
He estado varias semanas ausente debido a la acumulación de entregas literarias, una de las cuales explicaré en este correo, que tiene como protagonista un poema que encontré de niño y que andaba décadas buscando.
Antes de llegar ahí, me permitiré dar un salto hacia el pasado reciente.
Hará cosa de seis meses, mi pseudónimo más famoso, Allan Percy, volvió a la vida editorial. Hacía años ya de la última entrega, que pertenecía a la serie iniciada con Nietzsche para estresados, que llego a lo más alto de las listas de Brasil y Grecia, entre otros países.
En una conversación con mi agente, Sandra Bruna, llegamos a la conclusión de que Allan Percy llevaba demasiado tiempo inactivo y necesitaba volver al ruedo, pero, esta vez, con un libro especial que nada tuviera que ver con la serie dedicada a genios cotidianos.
La verdad es que no tenía ni idea de cuál podía ser el nuevo proyecto de Allan Percy. Llevaba demasiados años desconectado de él. Decidí no darle más vueltas y esperar a que obrara la magia. Eso sucedió aquella misma noche, en el sueño que cuento en ese futuro libro:
Me encontraba en una playa de la India. Por el paisaje de palmeras, diría que era Goa o Kerala. Yo estaba tumbado en la toalla, bajo la sombra de unos de estos árboles, cuando una mujer joven, que se hallaba de pie unos metros más allá, me llamó por mi nombre.
Sorprendido de que, en aquel lejano paraíso, estuviera una editora a la que conocía, me levanté para saludarla. Entonces ella me preguntó:
—¿Ya tienes el libro de…?
En cuanto dijo el título, me desperté. Con el primer té, lo apunté en una hoja y escribí debajo la sinopsis que encajaba con esa idea que me había llegado de manera tan mágica (y descansada). Tras enviarla a la editorial, fue aceptada y programada para publicarse este verano.
Como diría mi amiga Care Santos, «el libro ya estaba hecho, solo faltaba escribirlo».
Los libros de Allan Percy constan de capítulos muy breves donde mi pseudónimo comparte y comenta mis descubrimientos. Para este —el título se sabrá a mediados de primavera— había dos perlas que quería, sí o sí, que formaran parte de la caja de tesoros: un cuento que hacía mucho tiempo que no encontraba y el poema perdido.
El cuento no pude hallarlo en ninguna parte, pero, como recordaba el sentido general, escribí mi propia versión y listos. A fin de cuentas, el original era de un autor desconocido.
Con el poema no era posible hacerlo, porque solo recordaba lejanamente la idea, aunque no las palabras precisas, y desconocía el nombre de su autor. ¿Cómo encontrar algo así?
Leí aquel poema por primera vez, siendo niño, en la habitación de mi hermana. Allí descansaba un libro de tapa dura de un autor norteamericano. La portada era una seria filigrana geométrica con un título largo e incomprensible para mí.
Tal vez por eso, el niño curioso que era yo decidió darle la vuelta para ver de qué trataba. En la contracubierta solo había un poema. Ese poema. Su sentido se me quedó grabado a fuego, porque me parecía terrible y bello al mismo tiempo. Todo un aviso para navegantes de la vida.
No volví a ver ese poema misterioso hasta hace más de veinte años, cuando, trabajando de editor, lo rescaté para una antología que ahora es inencontrable (ni siquiera yo la tengo). Por aquel entonces, mis padres aún vivían y el libro debía de seguir acumulando polvo en la habitación de mi hermana, que ya se había independizado.
Al morir mis padres, el apartamento de alquiler volvió a su propietario y lo que contenía, fuera de unos pocos recuerdos, se lo llevó una fundación que trabaja vaciando casas. El libro misterioso se fue con ellos para siempre más…
O no, porque, recientemente, vi en una librería de viejo, en el mercado dominical de Sant Antoni, ese mismo poemario. Ahí estaba con su cubierta rosada en la edición bilingüe de 1970. Título: Stanyan Street y otros pesares y Escuchad la ternura. Autor: Rod McKuen.
Ahora no nos dice nada ese nombre, pero en su tiempo vendió 60 millones de ejemplares de sus poemarios, lo cual es milagroso, y 100 millones de discos, puesto que también era letrista y compositor. Le hiz un disco icónico a Frank Sinatra, A Man Alone, que tiene una de las canciones más bellas que jamás he oído:
Bueno, puede que, impaciente, te preguntes: ¿y cuál es ese poema?
Después de estirar tanto el suspense, aquí lo tenéis, tal como aparece en este libro recuperado tras media eternidad:
¡Feliz semana!
Francesc
PD. En la foto de cabecera, Rod McKuen y su gato.
Comments
Georgina
Que posteo mas hermoso, termine leyendo el poema mientras escuchaba esa joyita!
Gracias!!!!
Francesc Miralles
¡Muchas gracias a ti, Georgina!
Maria Carmen Garcia Gomila
Gràcies pel poema, per la cançó, per ensenyar la teva curiosa manera de cuinar idees i sobretot per ser-hi.
Francesc Miralles
Moltíssimes gràcies a tu per ser-hi també!
Marta
Holaaa Francesc! Qué dicha volver a leerte ..qué poema…qué canción…qué relato…tienes el don de tocar el alma de quienes te seguimos ..Gracias Querido…alimentas mi espíritu….te abrazo en ese don maravilloso💕🙏🌻💐🌺🥀🌷
Francesc Miralles
Un abrazo enorme, Marta!!!