Buenas noches,
Imagina que formas parte de una expedición hacia un destino incierto, bajo condiciones climáticas muy adversas y en un camino lleno de peligros mortales. Algo así como los hombres de Shackleton cuando en 1915 tuvieron que abandonar la nave Endurance, partida por los hielos.
La resiliencia de estos hombres fue prodigiosa y no solo salvaron obstáculos casi imposibles, sino que juntos lograron el milagro de salvarse del primero al último, en una gesta de 522 días en la Antártida.
Esto fue felizmente lo que sucedió. Pero imaginemos ahora que uno de estos hombres hubiera tenido una visión distorsionada y ególatra de su propio sufrimiento. Imagina que te convences de que solo tú te estás helando, solo tú tienes miedo y dolor y nostalgia de casa. Para el resto esta odisea es una excursión de fin de semana. Solo tú estás sufriendo.
Si lo vivieras así, a la dureza extrema de la aventura le sumarías una serie de emociones tanto o más devastadoras que la expedición: soledad, aislamiento, incomprensión y un profundo sentimiento de injusticia, que es cuando nos preguntamos “¿Por qué a mí?”, como si solo nosotros estuviéramos sufriendo.
El viaje de Shackleton es una analogía de la propia vida. Aunque a veces nos cueste darnos cuenta, todo el mundo sufre por alguien o por algo. Unas personas lo disimulan mejor que otras, pero asumir que, como decía Platón, “todo el mundo libra una dura batalla”, nos salva de todas estas emociones que agravan el sufrimiento.
Al comprender que todo el mundo afronta duras pruebas —aunque no sean las mismas—, no solo aligeramos nuestra carga al saber que no estamos solos con nuestro dolor. También nos vuelve más empáticos hacia el dolor de los demás y, por lo tanto, más útiles al mundo.
Este simple cambio de perspectiva te permite pasar de víctima a héroe.
De adolescente, yo mismo me sentía en un abismo que —creía— nadie podía entender. A mi propio dolor se sumaba la amargura de sentirte diferente e incomprendido por el egoísmo de los demás. Ignoraba que mi principal problema era que me miraba el ombligo, autoproclamándome capital mundial del dolor, sin sospechar todas las batallas que se estaban librando a mi alrededor.
No se si fue gracias al budismo, pero cuando comprendí que todo el mundo sufre de uno u otro modo, el argumento de la película cambió por completo. Ya no estaba solo, era parte de la expedición de Shackleton y todos buscábamos salvar la vida mientras tratábamos de llegar a las costas de la felicidad.
Este descubrimiento tan obvio trajo aparejado otro igual de evidente. Me di cuenta de que, como vasos comunicantes, cuánta más energía invertía en aliviar el sufrimiento ajeno, menos me pesaba mi propio dolor.
Es una simple cuestión de atención. Cuando estás 100% centrado en tus problemas, toda tu vida te parece un drama. Cuando el 50% por ciento de tu atención se desvía hacia el problema del otro, automáticamente te descargas de la mitad de tu mochila, por el simple hecho de que no puedes estar en todas partes.
Un buen motivo para ser terapeuta.
Para quienes aún no han realizado estos dos descubrimientos, esta vieja historia de Buda puede ser un punto de partida. Así es como la relata mi amigo Álex Rovira en su último curso:
“Cuentan que, en la ciudad de Shravastra, había una joven mujer con un hijo recién nacido que se había convertido en su razón para vivir.
Teniendo el pequeño apenas un año, de repente cayó enfermo y murió. Arrasada por la pena y el dolor, la pobre madre abandonó su casa y enloqueció. Deambulaba por las calles con el cuerpecito en sus brazos, y suplicaba a todo el mundo con quien se topaba que le diera un remedio que pudiera devolver la vida a su pequeño.
Algunas personas trataban de hacerla entrar en razón, otras se alejaban asustadas. Hasta que finalmente una anciana compasiva le dijo que fuera en busca del Buda; él era la única persona del mundo que podía realizar el milagro que ella reclamaba.
La fortuna quiso que el sabio maestro se encontrara en aquellos días en un bosque cercano a la ciudad.
Sin demorarse un instante, la mujer se puso en camino hasta dar con el Buda, que estaba meditando debajo de un árbol. Nada más encontrarle, depositó el cadáver de su hijo ante él y le dijo:
—He perdido a mi hijo, que era mi razón para vivir. He oído hablar de tu sabiduría. Por favor, devuélvelo a la vida.
El maestro escuchó la mujer con gran compasión, y luego respondió:
—Sólo hay una manera de curar tu aflicción. Deja a tu hijo bajo este árbol y ve de inmediato a la ciudad. Deberás traerme un grano de mostaza de una casa en la que no haya habido jamás una muerte.
Esperanzada y aliviada, la mujer envolvió el cuerpo de su hijo amorosamente en una tela y, dejándolo al pie del árbol al cuidado del Buda, corrió a la ciudad en busca de aquel remedio.
Nada más llegar, se detuvo en la primera casa y dijo:
—Me ha pedido el Buda que busque un grano de mostaza en una casa que nunca haya conocido la muerte.
—Tenemos sacos llenos de mostaza —replicó el hombre que le había abierto la puerta—, pero en esta casa ha muerto mucha gente.
Decepcionada, fue a la casa de al lado.
—En nuestra familia ha habido incontables muertes —le dijeron allí.
Y lo mismo le sucedió en la tercera casa, en la cuarta y en todas las siguientes. Cuando finalmente hubo visitado toda la ciudad, y comprendió que no podría cumplir lo que le había pedido el Buda, volvió reflexiva a él, que con gran amabilidad le preguntó:
—¿Has traído el grano de mostaza?
—No —respondió con el ánimo más sereno—. Pero ahora he entendido la lección que querías enseñarme: la muerte nos alcanza a todos.
Dicho esto, enterró a su hijo al pie del árbol e hizo oficiar un funeral en su honor.
Se cuenta que la mujer siguió a Buda durante el resto de su existencia y que, cuando su vida llegaba a su fin, alcanzó la iluminación.”
¡Feliz semana!
Francesc
Comments
Tolo Alzina
Bellísima historia la de schackleton y sus hombres. Un gran ejemplo de liderazgo y sentimiento de comunidad por parte de la tripulación. Enseñanzas como estas son las que noto a faltar en nuestro entorno social y cultural. Falta espíritu de sacrificio, palabra prostituida y pisoteada, pero cuyo significado no puede se más alentador y motivador: “Hacer algo sagrado”. Gracias estimado Francesc por tus pinceladas vitales que nos brindas cada semana. Gracias por compartir y estar ahí ??❤
Francesc Miralles
Muchísimas gracias a ti, Tolo, por acompañarme en estas aventuras existenciales!!! ❤️❤️❤️❤️
jose A. Montero
GRACIAS FRANCESC POR TUS APORTACIONES.
HUMANIDAD COMPARTIDA,
tu relato me recuerda a los primeros dias de la pandemia y el modo en el que personalmente lo vivi, recuerdo momentos de angustia, tristeza e incertidumbre en los que llegaba a pensar que esto era solo cosa mia, y que la pandemia se cebaba solo conmigo.
UNA FORMA DE MITIGAR EL DOLOR, ALIMENTAR LA ESPERANZA Y ACEPTAR FUE LA VISION CLARA QUE NO ESTABA SOLO CON ESTO, NO ERA EL OMBLIGO DEL MUNDO, Y QUE EL DOLOR LLENABA LAS VIDAS DE MILES Y MILES , Y MILLONES Y MILLONES DE HUMANOS, CON EL MISMO DERECHO QUE YO…. ( HUMANIDAD COMPARTIDA ) ERA UN HOMBRE DE SHACLKETON, Y NO ME ESTABA DANDO CUENTA. NAMASTE
Francesc Miralles
Sin duda, eres un hombre de Shackleton, querido Jose. ¡Un abrazo fuerte!
Marta
Hola FRANCESC!
…estamos hecho de la misma esencia…todos anhelamos, sufrimos, deseamos, celebramos….no estamos solos…caminos de aprendizaje y crecimiento….puedo asegurar que nada enseña tanto como el dolor ..si nos atrevemos a atravesarlo…saldremos fortalecidos….gracias una vez màs por tus pinceladas vitales como lo EXPResa muy bien Tolo…buen Finde…ABRAZO….
Francesc Miralles
¡Abrazo bien fuerte y gracias, siempre, Marta!
Daphne Nieto
Precioso cuento sobre la muerte, que nos sitúa del lado de la compasión y de la consciencia grupal, donde todos hemos conocido la muerte o la conoceremos. cuando nos alejamos del individualismo florece el amor a toda la humanidad y nuestra propia sanación. me encanta leerte francesc, gracias por tus relatos.
Francesc Miralles
Muchísimas gracias a ti por tu comentario, querida Daphne. ¡Un abrazo enorme!