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Conversaciones telefónicas

Buenas noches,

Sé que a muchos lectores que me acompañan les gusta que cuente vivencias extrañas o directamente frikis. Pues bien, hoy tengo dos de esa especie unidas por el hilo de las conversaciones telefónicas.

Hace un par de semanas, me comprometí a presentar el libro de un buen amigo en un pueblo del sur de Cataluña. Se llama Películas inacabadas y explica su relación con el arte, la música, el paso del tiempo, los documentales que rodó y los que no ha logrado aún terminar.

Sabedor de que no tengo carnet de conducir, para ahorrarme la hora y media de tren —siendo optimistas—, mi amigo me aconsejó que llamara a su hija. Ella viajaría desde Barcelona a la presentación con su propio coche.

Mientras registraba su teléfono, recordé haberla conocido cuando era una artista plástica emergente. De hecho, como ella misma me recordaría, yo fui quien compró su primera obra: el retrato de un boxeador que aún luce en la pared de nuestra casa.

Desde entonces, me han llegado de vez en cuando noticias de cómo se ha convertido en una artista de gran éxito, pese a su juventud. Ha expuesto en Nueva York, en Tokio y en muchas otras ciudades. Sus pinturas son muy cotizadas y los galeristas pugnan por lograr que acepte encargos. Una de sus obras colgó ya en el MACBA, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.

Algo intimidado tras muchos años sin contacto, hice caso a su padre y me decidí a llamarla mientras hacía recados por la calle. Me saludó con voz dulce al otro lado del teléfono. Se acordaba de mí y estaba encantada de que viajáramos juntos al día siguiente en su coche. Yo le propuse una hora, y ella me dijo que preferiría salir un poco más pronto. Como no tenía la agenda conmigo, le dije que le pondría un whatsapp al cabo de veinte minutos, cuando estuviera en casa.

Aquí empieza la parte inquietante de la historia.

Tras liberarme de un compromiso para poder salir temprano, como ella deseaba, le escribí que estaba disponible. Solo tenía que decirme dónde quería que yo estuviera y a qué hora. Su respuesta fue:

Quedemos en Irlanda, si puede ser.

Sobre las 8:30 de la mañana.

No recordaba que fuera una chica bromista, así que deduje que aquello tenía que ser parte de otra conversación —tal vez con un galerista— que se había cruzado con la nuestra. En mi tono más cauto, le pregunté: “¿Es para mí este mensaje?”. Y su respuesta fue:

Perdona, es que tengo diarrea.

Quiero joderte.

En este punto, decido abandonar la comunicación mientras pienso qué hacer. Me digo que a la artista revelación se le han subido los humos, y ahora se cree con derecho a decir cualquier cosa y tratar a los demás de cualquier manera. Indignado, grabo un mensaje de voz a su padre, en el que le digo algo así:

“No sé si tu hija va drogada o le ha pasado el teléfono a algún colega para que se burle de mí, pero paso de ir en coche con ella. Cogeré el tren. Ya te informaré de la hora de mi llegada.”

Dos minutos después, mi amigo me escribe muy preocupado. Dice que su hija me llamará en breve.

Efectivamente, poco después suena el móvil y me llega la misma voz amable y suave con la que había hablado por la calle. Me pregunta qué sucede y a qué hora quiero salir mañana.

Tras explicarle lo de los mensajes, primero se queda en silencio. Luego se ríe y me dice:

Ya sé lo que ha pasado… He cambiado de número de teléfono, desde la última vez que nos comunicamos para venderte aquella lámina. Mi viejo número se lo habrán dado a otra persona, y es esa persona quien te ha contestado.”

Misterio resuelto. O al menos uno de ellos, porque me parece incomprensible que alguien suelte mensajes como esos a un desconocido que claramente se ha equivocado de número. Sin embargo, al pensar en el asunto, recordé que no era la primera vez que vivía un caso así.

La madre de mi hijo —y hoy gran amiga— trabajaba en una empresa cuando, debido a una visita médica, tuvo que avisar a su jefe por SMS (era esa época, sí) de que al día siguiente acudiría a la oficina dos horas más tarde. La respuesta del directivo la dejó helada:

Está usted despedida.

Ella le volvió a escribir para explicarle que no había podido elegir otro horario para la visita médica, pero que intentaría salir lo más pronto posible para ir al trabajo. Esto encendió aún más a su jefe:

¿Es que no sabe leer?

¡Está usted despedida!

¡DESPEDIDA!

Nunca hasta entonces se había discutido con su jefe, así que intentó calmarle con un par de mensajes más, pero las respuestas fueron igual de hostiles.

A la mañana siguiente fue a la empresa a firmar el finiquito y se encontró a su jefe sonriente y de excelente humor. Le pidió hablar a solas en su despacho y el hombre dijo que no había inconveniente.

Cuando le preguntó por qué la había despedido, él no entendía de qué le hablaba. Tras mostrarle los mensajes, se aclaró el caso: uno de los números era erróneo, así que los SMS los había recibido y contestado un desconocido.

Vivimos en un mundo más misterioso de lo que creemos.

¡Feliz semana!

Francesc

Comments

  • Reyes del Pino montes

    12 abril, 2023 - 1:20 am

    Cuantas anécdotas en torno a los mensajes, me viene a la memoria mi primer ordenador en el trabajo, y la instalación de correo electrónico.
    Recibí de una compañera el calendario de bomberos de aquel fin de año, me hizo gracia y se lo envié a mi nuera para quien lo veía más apropiado por la edad.
    A la mañana siguiente al abrir el correo encuentro la respuesta de un jefe de servicio.
    _muchas por El calendario está muy bien pero preferiría que fuera de señoritas.
    Se me heló la sangre en las venas, me había confundido en algún dígito.
    nunca más volví a enviar bromas.
    Un abrazo Francesc y gracias por hacerme sonreír una vez más

    • Francesc Miralles

      12 abril, 2023 - 8:18 am

      ¡Muy buena anécdota, Reyes! Me alegra que este post te haya hecho sonreir :)) Un abrazo muy fuerte!!

  • angels

    13 abril, 2023 - 5:53 pm

    fa anys, quan vivia a mexicali, vaig rebre un missatge felicitant-me l’aniversari, molt carinyós. no coneixia el nom ni era el meu aniversari… vaig contestar amable pensant que sinó, algú quedaria sense felicitació. el que havia escrit era un militar espanyol destinat a sierra leona o liberia, no recordo. jo estava a una frontera també curiosa… i ens vam creuar tres o quatre missatges perquè això ens va fer gràcia.

    això sí, tots dos vam ser més que amables!

    • Francesc Miralles

      2 mayo, 2023 - 12:36 am

      Podria haver estat l’inici d’una bonica història d’amor, estimada amiga!!! :)))

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