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Contra el vicio de pedir

Buenas noches,

Hoy quiero acudir a nuestro refranero para señalar una plaga que me hace perder mucho tiempo cada día, además de agotarme la paciencia.

Antes de entrar al trapo, quiero destacar que la inmensa mayoría de la gente es enormemente discreta y respetuosa con el tiempo de los demás. Sin embargo, para taladrarte los nervios están los adictos a pedir, que además de ser insaciables piensan que son únicos, ignorando que forman parte de un alud de muchos otros como ellos.

Algunos ejemplos de estos depredadores del tiempo ajeno que me escriben a cientos cada semana:

  • El organizador de un congreso en el sur de España que, además de no pagar por mi ponencia, propone que yo me costee el viaje y el hotel, y haga encima una aportación de dinero para que el encuentro pueda organizarse.
  • Un bloguero muy insistente que, cada cierto tiempo, me escribe en privado para que haga retweet de posts suyos. Yo nunca contesto y puede llegar a insistir varias veces, en plan: “Por favor, ¿me harás el retweet?” Cuando estoy cansado, tengo que hacer esfuerzos para no estallar.
  • Personas a las que no conoces de nada y que te escriben 100 líneas o más con sus delirios, asumiendo que vas a invertir el rato que no tienes en leerlos, y un rato aún más largo en contestarlos.

La lista de ladrones de tiempo, como los llamaba Napoléon, no tendría fin, pero pondré un ejemplo completo, con su curva dramática, para que se entienda el modus operandi del adicto a pedir:

  1. Un escritor principiante me contacta porque quiere contarme su proyecto literario. Dice que le ha dado mi mail un conocido de ambos. Vive lejos de Barcelona, pero la semana que viene viajará a la ciudad y le gustaría tener una breve charla para consultarme una duda.
  2. Cometo varios errores: a) darle mi número de teléfono, b) citarlo en una tetería cercana a mi casa, aunque le advierto que solo dispondré de media hora.
  3. El día del encuentro me tiene una hora y cuarto en la mesa. Cada vez que quiero levantarme, me retiene con una nueva consulta.
  4. Terminada la reunión, asumo que con ello ya me he ganado el cielo y que aquí acaba el servicio. Error. El aspirante a escritor me va escribiendo whatsapps de vez en cuando para mantener la relación. Primero de manera discreta: me saluda por Navidad, luego pregunta qué tal llevo lo del Coronavirus. Al principio respondo para no hacerle un feo.
  5. Tras un par de meses de silencio, anuncia un nuevo viaje a Barcelona. Necesita comentarme urgentemente un negocio que se le ha ocurrido y que me va a asombrar. Vuelve a insistir en que va a ser muy breve.
  6. Más por curiosidad que por otra cosa, vuelvo a caer en la trampa y acudo a la tetería a escuchar una de las ideas más descabelladas que he oído en mi vida. Esta vez lo despacho más pronto y me escapo con una excusa peregrina.
  7. Decido que el crédito de atención a esta persona está agotado, pero la segunda cita le ha empoderado. Confirmada nuestra amistad, empieza a escribirme de forma regular cada semana. Me pide que participe en un concurso que ha diseñado, solicita el contacto de editores o de periodistas famosos, me manda ocho páginas de un nuevo proyecto.
  8. Ante esa avalancha, solo quedan dos opciones: o lo mandas al infierno u optas por el silencio, que siempre es menos hiriente. Hago esto último.
  9. Pese a ello, no se da por aludido. Incansable, me sigue escribiendo con una familiaridad de lo más irritante. Me pregunta cómo están mis padres (no sabe que murieron hace tiempo), en qué proyectos estoy, qué opinión tengo sobre las distintas vacunas que se están dando.
  10. En algún momento, estoy a punto de ofenderle diciendo algo como: “Déjame de escribir, por favor. No somos amigos. Solo he atendido dos consultas por amabilidad.” Por suerte, logro frenarme y, tras un par de silencios más, el taladro por fin cesa. Ha tirado la toalla. Amen.

Nota: estoy seguro de que, quien actúa así, no es consciente de estar obrando equivocadamente. Es simplemente falta de empatía o, como dice mi admirada Silvia Tarragona, falta de piedad.

Hay una ley especialmente cruel que se da en las relaciones humanas: las personas más desocupadas del mundo eligen como víctimas a las más ocupadas.

Por cierto, el proverbio español completo es: Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar.

¡Feliz semana!

Francesc

Comments

  • Anna

    13 abril, 2021 - 8:11 am

    I have a very strong
    feeling that your cactus notebook needs a lot more entries than you’d ever imagine… It’s so hard to say no, and to “risk” that others will not like you. Yet, the gift of being true to yourself is the real liberation. My sensation is that this is possibly your most diFficult challenge in life.

    • Francesc Miralles

      15 abril, 2021 - 8:13 am

      You’re totally right, Anna! :***

  • Marta

    14 abril, 2021 - 1:07 pm

    Hola Francesc! De tan dramático por momentos gracioso como lo relatas….excelente…coincido con anna….muchas veces que difícil es decir «NO!» Y otras tantas necesitamos hacer cortes quirúrgicos aunque duela….fieles a nuestra esencia y valores….bien lo vale por la liberación…es sano…vamos por la salud física, mental,
    EMOcional y espiritual..muy buena semana de confianza en nosotros mismos y escuchar el cuerpo…no se equivoca…espero puedas sanar este maestar querido francesc…tanti auguri

    • Francesc Miralles

      15 abril, 2021 - 8:14 am

      ¡Un abrazo fuerte, Marta!

  • Emilio Alvaez Ramallo

    15 abril, 2021 - 5:14 pm

    En realidad trataste al personaje con mucho tacto, y para mi, seriaS merecedor de varias paginas de CUPONES DEL AHORRO DEL HOGAR, para que los cambiaras por lo que más te haga compensar tanto aguante. : ) abrazo

    • Francesc Miralles

      20 abril, 2021 - 10:09 am

      ¡Un abrazo enorme, querido Emilio!

  • Claudia Pidre

    27 mayo, 2021 - 9:03 am

    Cada dia escribes mejor , me inspiras ,
    gracias Francesc

    • Francesc Miralles

      31 mayo, 2021 - 11:28 pm

      Muchas gracias por tu amabilidad, querida Claudia!

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